Video: Eduardo Perez
Archivo por meses: marzo 2012
Lo Sublime en el mundo interior de la obra de Monique Hoffman
Siempre y cuando acudimos a una exposición y tenemos la oportunidad de acercarnos a una imagen fotográfica, por cualquiera que sea la sensibilidad que alberguemos, nos transmite algo, esa imagen activa una sensación en nosotros, una emoción, un pensamiento, una reflexión…De ahí, que la atmósfera, la sensación y sobretodo el contexto hacia donde fui guiado al contemplar las imágenes de Monique, dentro del proyecto Wonderland, fuera el romanticismo, aunque también podía entrever otros aspectos.
La pintura del Romanticismo Alemán es un arte que se funda con un carácter muy marcado por la influencia de la obra «Sobre lo sublime» del escritor griego Longino, rescatada en el Renacimiento. Uno de los temas capitales en la historia del arte y la filosofía.
Para Longino, la obra de arte bella persuade, convence, se dirige a la razón, aunque podamos discrepar; en cambio, una obra sublime tiene grandeza, no depende de la forma, prescinde de opiniones, se dirige más al interior, a una actitud psicológica. Según Longino, hay cinco caminos distintos para alcanzar lo sublime: “grandes pensamientos, emociones fuertes, ciertas figuras de habla y pensamiento, dicción noble y disposición digna de las palabras”. Lo sublime corresponde según Longino al último estadio del amor platónico, en el que no se ve la belleza, sino que se sumerge en ella, se está en un “océano de belleza”.
Monique, en sus inicios, muestra imágenes que nos enseñan desde su fotografía una mirada actual de lo sublime, al más puro estilo de la pintura Romántica alemana, con sus temas bien definidos y reconocibles, como la relación de la naturaleza, con paisajes duros, enigmáticos y desafiantes al ser humano. Pero poco a poco Monique empieza a usar esta capacidad de transmitir sensaciones con tal naturalidad que se sale de los temas clásico de la pintura Romántica, casi los rompe, los transforma para alcanzar otros registros y enriquecerlo, para resolver necesidades propias de la artista. En donde la relación del hombre y la naturaleza es distinta, ya no es este tema en sí, mas bien lo que se plantea es acerca de la naturaleza del interior del individuo. Aquí no interesa la visión de la naturaleza, e incluso de las ruinas, como amenaza o desasosiego, sino que es casi todo lo contrario, se convierte en el escenario que recrea y simboliza un mundo interior idílico y en equilibrio. Lo realmente enigmático para ella es ese mundo que trata de desenmarañar y descifrar, sus sentimientos.
Los temas que toca, no solo los aborda desde el miedo y lo dramático, sino también lo hace desde los sueños, la fantasía, o su Wonderland. Temas en los que no se adentraron los pintores románticos alemanes. Ella lo alcanza a través de la sensibilidad, desde la luz, la transparencia y el movimiento de sus vestidos en su naturaleza idílica. Este recorrido comienza desde la transformación de un agua que antes aparecía como cascadas descontroladas, hacia láminas de agua tranquilas y reposadas, donde la vegetación además de seca y hostil, también aparece verde, fértil, cálida y amable. Y lo hace, a mi entender, con buen criterio porque en el concepto más puro de Longino, es más amplio, lo sublime es hacer sentir sensaciones en el espectador y que nos sumerja en la experiencia de los sentimientos. Porque lo sublime se puede lograr en más sensaciones y sentimientos, tantos como una persona pueda sentir y expresar, no solo desde el dolor y el miedo. En este sentido ella ha sido capaz de llevarnos a través de sus sensaciones cotidianas de su vida como la perdida, la presencia, lo femenino, el recuerdo de la infancia y la niñez, entre otros.
Con esta capacidad y logros Monique Hoffman se presenta como una artista que investiga y evoluciona uno de los temas capitales de la historia del arte y la estética “lo Sublime” haciéndose un referente importante dentro de él, en la escena del Arte Contemporáneo. Con gran valor y riesgo al abordar temas que en principio no parecen ser los más oportunistas en el panorama contemporáneo, pero que lo hace siguiendo su instinto e intuición, como ya hicieran los alemanes al tomarlo del Renacimiento y estos a su vez de los griegos, porque este valor es el que nos sirve a todos de puente para entender al ser humano y sus distintas épocas.
Gracias Monique, para mi es un regalo inmenso, haber conocido a alguien que investiga en el arte y sus sentimientos con tanta sinceridad y transparencia. Es como si pudiera conocer a Friederich. Me siento un privilegiado, yo diría que tienes un futuro prometedor. Animo eres increíble y magnifica, no pares.
A todo esto, aún decir que no es nada en comparación a tu persona, a tu valía y sencillez, habrá quien pueda creer que exagero un tanto, pero quien te conoce sabe de lo que hablo.
Tu amigo, desde un gran cariño y profundo respeto.
Joaquin Luis de Cubero
Vistiendo la levedad, Monique Hoffman
Si existió un lugar en el hogar materno, que marcó mi mundo en la infancia, ese fue el desván de la casa de mis padres. Un lugar mágico, sombrío, donde casualmente me estaba prohibida la entrada. Aún así, esperaba cualquier despiste de mi madre, para subir rápidamente por esas escaleras envejecidas, desgastadas que crujían nada más posar mis pequeños pies desnudos. Sabía que mi madre guardaba allí todo su pasado, sus secretos más íntimos, pues nunca quería hablar de su familia, ni del largo viaje que les trajo hasta Holanda. Aunque nuestro hogar ahora estaba en un pequeño pueblo llamado Helmond, sé que mi familia había emigrado desde Indonesia, antigua colonia Holandesa, un lugar que sólo volvía a mí, a través de las amarillentas fotografías que decoraban nuestro salón. Viejas fotografías a la álbumina, de personajes desconocidos de otra época, que posaban dentro de un paisaje, para mí ignorado; envueltos en una vegetación exuberante, que no hacía sino despertar en mí, una frondosa curiosidad infantil. Había una imagen en la que me detenía más tiempo, aquella en la que posaban unas niñas de mi edad, sonrientes sentadas en un patio amplísimo y rodeadas de esas palmeras que tanto me atraían. Aquellos retratos, eran el único contacto que me acercaba a mi pasado, cualquier comentario, cualquier alusión, a esas imágenes, siempre era contestado con un largo silencio. © Álbum Familiar Monique Hoffman
Aquel día de invierno, no resistí la tentativa de subir al desván, como otras veces, a escondidas, intentando levitar y así acallar ese crujir molesto de la desvencijada escalera. Una luz tenue, se filtraba por debajo de la puerta, creando una alfombra blanquecina; sin dudarlo, intuí, que era una invitación a subir. Al abrir la puerta, el destello de luz me cegó por completo, solo acertaba ver el polvo en suspensión, un baile mágico de pequeñas motas danzarinas que iluminaban toda la estancia creando un mundo irreal, mágico. Al fondo, cubierto por unas viejas mantas, descubrí un vetusto baúl de madera. Un gran alijo pensé, traído de aquel largo viaje misterioso. Al abrirlo se entremezcló el olor a madera enmohecida, con el suave perfume que en contadas ocasiones se permitía poner mi madre, un aroma dulce, aterciopelado que, siempre me traía a la memoria momentos de felicidad familiar. Como si de un gran tesoro se tratara, comenzaron a aparecer suaves y vaporosos trajes desordenados, de otra época; descubrí al tacto gasas, sedas, rasos, vestidos quizás de mi abuela, o porque no, de mi madre, llenaban el mágico arcón familiar. Sin salir de mi asombro, pues era consciente de haber encontrado el gran secreto materno, comencé a acicalarme, probándome uno por uno aquellos vestidos vaporosos, que aunque se arrastraban por el suelo y apenas podía caminar con ellos, se convirtieron en vestidos de sueños, pues sólo a través de ellos, podía entrar en mi mundo imaginario, íntimo…
Quizás la historia de Monique fuera así, el descubrimiento de un baúl, que marcó su “estar en el mundo”, su anclaje a un pasado, a un hogar, a una vida. Una búsqueda constante de un posible reencuentro con sus recuerdos a través de los vestidos, una memoria familiar que habita el paisaje evocando estados de nostalgia y melancolía. Estados del alma, que desvelan cada una, de sus imágenes. Pues la luz que los envuelve, evoca estados de introspección, invitándonos a ese otro mundo soñado. Ese halo etéreo, romántico si cabe, que inunda sus imágenes, convierte sus vestidos en testigos mudos de otros tiempos, incitándonos a reconciliarnos con nuestro pasado. Vestidos que a veces se desvanecen en el paisaje creando formas fantasmagóricas. Pues tanto en la naturaleza, como en esos otros paisajes vividos y hoy abandonados, es donde la artista crea una atmósfera envolvente, etérea a la vez que misteriosa. Estados oníricos que nos son regalados a la vista, pues sólo a través de sus imágenes, Monique Hoffman se desnuda, en silencio ante el paisaje.
¿Del fondo de qué ensueños brotan tales imágenes? ¿ no vienen del sueño de la protección más próxima, de la protección ajustada a nuestro cuerpo? Los sueños de la casa vestido no son ajenos a quienes se complacen en el ejercicio imaginario de la función de habitar.
Gaston Bachelard
Si quieres ver imágenes de la conferencia de Monique Hoffman, pincha aquí
Raquel Zenker
El cruce de las líneas de la vida
» La filosofía, en realidad, no es más que añoranza;
es la necesidad de sentirnos en todas partes en casa»
Novalis
En palabras de Mircea Eliade, el hogar era el centro del mundo, era el lugar fundacional ya que se encontraba dentro del corazón de lo real. Fuera del mismo, sólo existía el caos, un desorden amenazador que nos hacía perdernos en el no-ser, en la irrealidad, pues sin un hogar, todo se convertía en pura fragmentación.
El hogar dentro de su sentido ontológico, era entendido como el centro del mundo, porque era el lugar en el que originariamente, se cruzaba una línea vertical con una horizontal. La línea vertical, era un camino que hacia arriba llevaba al cielo, al mundo de los dioses y hacia abajo, al mundo subterráneo, al reino de los muertos.
Por otro lado, la línea horizontal representaba ese transitar por el mundo, continuos desplazamientos que hacen, que actualmente, no pertenezcamos a ningún sitio. Este desarraigo contemporáneo, esta pérdida, frágil, llena de nostalgia y melancolía que es el “estar hoy en el mundo”, hace que el cruce de las dos líneas, esa intersección ancestral, que nos daba seguridad tanto en lo terrenal como en lo espiritual, sea en el presente inexistente, y que sólo podamos mantener vivo, esa sensación de “hogar” improvisado, en la memoria.
Memoria que Monique Hoffman guarda en un viejo baúl traído desde Indonesia, con vestidos tanto de su abuela, como de su madre. Una memoria familiar, matriarcal si cabe, que viaja constantemente con ella, y que representa su “estar en el mundo”, su seguridad, pues es a través de la poética de sus imágenes, como nos hace evocar tanto la nostalgia de las ausencias (el abajo), como el goce de la plenitud del aire (el arriba).
Pero es realmente en su transitar por la horizontalidad del paisaje, y por ello nos conmueve, y nos emociona, donde ella cuelga sutilmente sus vestidos, su protección más próxima. Simbolizando así, ese cruce ancestral que es el “estar en el mundo”.
Tras abandonar el hogar materno, ya nunca se vuelve a encontrar otro lugar donde se crucen las dos líneas de la vida. En este lugar de la pérdida, en palabras de John Berger, sólo existen dos nuevas formas de esperanza, que ofrecen la ilusión de un nuevo cobijo, la primera es la del apasionado amor romántico, aquel capaz de unir a dos personas, pues sólo en el amor romántico se recuerdan los principios y los orígenes del ser. La segunda esperanza es de orden histórico, ya que es imposible volver a aquel lugar que nos vio crecer, regresar al hogar materno, pues aunque se vuelva físicamente, ya hemos cambiado.
Es así mismo imposible volver a aquel momento histórico en el que cada pueblo era el centro del mundo, puesto que fuera de sus límites solo existe el caos, donde la única esperanza que nos queda, en palabras de J. Berger, es hacer de toda la tierra el centro y sólo a través de la solidaridad, entendida ésta de manera generalizada, llegar a trascender el desarraigo moderno.
Raquel Zenker