El arte es la leche

En este espacio haremos una revisión a todo el arte donde la leche es la protagonista. Desde Photobrik queremos que este espacio sea participativo, y que compartas con nosotros tus descubrimientos de creaciones lácteas.

Nos los puedes enviar a photobrik@gmail.com

LOUISE BOURGEOIS

Louise Bourgeois. Fotografía de Robert Mapplethorpe

Si hay una artista admirada por  Photobrik,  es Louise Bourgeois, que mejor que comenzar con ella. Patricia Mayayo nos desvela en su ensayo sobre esta magnífica artista,  que su decisión  a dedicarse al arte proviene de una especie de revelación ligada a su vida cotidiana. Una mañana, a finales de los años 40 cuando el sentimiento de soledad la sobrecogía en su casa, empieza a recortar botellas de leche, a doblarlas y a colgarlas en la pared. Son sus primeras obras escultóricas, convierte las botellas en prismas rudimentarios pintados de negro, aislados o agrupados entre sí.

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Como observa Marie-Laure Bernadac, vinculada a la angustia que le produce la casa vacía. La escultura se define así, desde el origen, como gesto de exorcismo, fetiche destinado a paliar la ausencia del ser amado.la escultura le fue revelada como medio de expresión gracias a una botella de leche, una  forma simple y triangular de un objeto útil , indispensable.

Lástima que no contemos con ninguna imagen de esas piezas, aún así, creo que es un buen comienzo para este espacio.

LA LECHERA DE JOHANNES VERMEER VAN DELFT

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“… la obra de un Vermeer parece desvelar el secreto de su aportación, dando a las apariencias el rigor delicado de su arquitectura, la dulzura musical de su color, la riqueza densa de su materia. ¿No es acaso de la irradiación de esta materia, dispuesta en capas lisas y convexas, a veces también en gotas espesas, cuyas pequeñas cimas reflejan la luz, del suave esplendor del color, de la densidad que poseen sus formas en el aire, de donde nace la “luz” de Vermeer?… “
R. Huyghe (Dans la lumière de Vermeer, 1966)

Este verano tuve la suerte de poder al fin, contemplar “ La Lechera de Vermeer de Delft” Después de una inolvidable romería en el pueblo de Gáldar,  que comenzó un mediodía  de julio con una reinterpretación de esa misma imagen por la imponente y sutil mirada de  mi querida y admirada amiga Teresa Correa; la obsesión por este cuadro fue constante. Y mentiría si, al igual que otros viajes, el poder contemplar una obra  in situ, o simplemente vivenciar las calles que ya he recorrido en un libro, se convierten irremediablemente en la excusa perfecta para visitar un país, un pueblo, o un simple café.

Aún así, si puedo realmente sincerarme, todas aquellas sensaciones que trasmitía el observar dicho cuadro desde la distancia de una isla, solo reaparecieron en Delft. Pues la quietud esperada, se desvaneció completamente después de una hora de cola en el inabarcable Rijksmuseum, sumándole a este hecho, un conglomerado de gente sedienta de leche derramada, que enturbió irremediablemente toda posible veneración visual.

Delft sació toda mi sed, recorriendo sus silenciosas calles,  degustando el sabor de los productos en sus mercados, visitando, por supuesto el Centro de Vermeer, donde unas simples reproducciones, o bien unos sencillos botes de pigmentos azul ultramar de su estudio, evocaron en mi,  toda esa congoja de admiración obsesiva sobre el cuadro en cuestión. El llegar al hotel, y seguir vibrando ante cada reproducción de pintores holandeses, que  encontraba en cada pasillo, en cada rincón, incluso en la habitación, una imponente imagen de “La joven de la perla” nos observaba cada noche, ¡imposible salir de un estado de embriaguez continuo! Un simple instante, donde  la luz se filtraba a través de las cortinas de la habitación inundando la estancia de la luz de Vermeer, se convertía en todo un dulce acontecimiento. ¡Como olvidar la luz de Delft! Un corto paseo por la quietud de sus canales me devolvía los reflejos envueltos en una luz tenue, suave, llena de matices que aumentaban cada día más, mi sed diaria de dosis vermeeriana.  Y es que el simple deleite de tomar un café, bajo el sonido del suntuoso campanario de ladrillo de la Nieuwe Kerk, despertó en mi todas las posibles sensaciones que me producía el observar “La lechera de Vermeer de Delft”, el tiempo detenido, la  sencillez de la escena, la poética del gesto; y por supuesto la luz, siempre la luz, esa irradiación que invade la estancia en el cuadro, invitándonos a un estado de recogimiento, de cotidiana concentración, ausente. Pues si algo llama la atención de este cuadro, es ella, la doncella, envuelta en sus pensamientos, en un estado de introspección dócil y cauto, lleno de templanza, pues Vermeer, supo captar como nadie, ese respeto a su  mundo interior, a su secreto silencio, un acto de devoción que se detiene en ese simple gesto de volcar apaciblemente, leche sobre un humilde cuenco. Y no es casualidad, que al final, sin apenas darme cuenta, en esa soleada terraza de una mañana del mes de agosto y de manera casi imperceptible, antes de verter el sobre de azúcar en el café, comencé a oír sutilmente ese fino hilo de leche cayendo sobre el cuenco, fue sólo un instante, pero no por ello menos real, menos intenso.

Lástima que toda esa atmósfera envolvente, esa realidad poética que me había llevado a un posible éxtasis sensorial, sentada cómodamente en la soleada terraza de un café, se desvaneciera completamente, al traer el camarero la escandalosa cuenta  de un simple café expreso.

 Raquel Zenker

WOLFGANG LAIB, MILKSTONE

Siempre hay personas que marcan un momento en nuestras vidas, y que nos descubren nuevos caminos. Eternamente agradecida a J. Verano, por trasmitirme su pasión por el arte, la literatura,  y tantas cosas más. Gracias por seguir estando ahí, aunque lejano, siempre presente  y por querer compartir en este espacio, la maravillosa  y sutil obra de Wolfgang Laib, que tuve la suerte  hace ya varios años de sentir, oler y  querer palpar.

Laib, ritualiza cada una de sus acciones, no es casualidad que su forma de vida, en contacto continuo con la naturaleza, sea el germen de toda su producción artística.  Durante los meses de primavera y verano, recolecta entre otras materias, polen, diente de león, avellanas, y musgos en la Selva Negra de Alemania. Esta materia natural,  frágil y mínima, es la base de la mayoría de su obra. Influenciado por la cultura oriental, así como por la mística de Francisco de Asís nos conduce hacia una continua reflexión sobre la fugacidad del tiempo, lo efímero, así como a una  percepción trascendente y  conmovedora sobre la belleza.

En la obra Milkstone (Piedra de leche, 1975), pieza que hemos seleccionado para este espacio,  encontramos ese mismo proceso ritual, esta vez no de recolección, sino de derramamiento en el que Laib  rellena de leche en un acto ceremonial un bloque rectangular de mármol , hasta conseguir una superficie homogénea, lisa, no llegando a distinguir el blanquecino bloque de la superficie cubierta de leche. La apariencia engañosa de solidez de la pieza, invita a palpar su superficie, con la única intención de cerciorarnos de su solidez.

Wolfgang Laib Milkstone

 

Más información Sin principio- Sin Fin

VIdeo MOMA

JEFF WALL

Jeff Wall «MILK»

Hoy compartimos con ustedes la fotografía «Milk» realizada por Jeff Wall en 1984,  según palabras de Chantal Poutbriand «…Una antropología que muestra su preocupación del colapso de las ideologías tradicionales, por lo que hemos hecho a la naturaleza y a nuestras ciudades, por aquello en lo que se han convertido los seres humanos […] En esos espacios geográficos y psicológicos, tan emblemáticos de la vida contemporánea, se pueden sentir momentos de soledad infinita, una soledad que redefine el significado del término comunidad”.  

Si te interesa seguir descubriendo los entresijos de esta esta imagen, nada mejor que leer el  análisis realizado por Adam Brenes Dutch,Pincha aquí y sigue leyendo. O bien acercarte al centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC) y redescubrirlo en la exposición «El sendero sinuoso».

 

MILK CROSS, ANDRES SERRANO

© Andrés Serrano

Milk Cross, 1987, Andrés Serrano, artista que ha sido visto siempre bajo el prisma  de la polémica. De hecho, su nombre saltó a la fama internacional, con otra cruz,  “Piss Christ” obra en la que introduce un crucifijo en su propia orina, y por la que fue denunciado tanto por dos senadores estadounidenses, como atacada por grupos conservadores. ¿Profanación de un icono religioso? según el propio autor, no es más que una invitación a la reflexión sobre la evaluación jerárquica que hacemos de los fluidos corporales. Aún así, la religión está siempre presente en sus obras, y no es de extrañar, pues tanto en su caso, como en el de muchos otros artistas, encontramos la utilización del arte como una forma de exteriorizar todos aquellos sentimientos irresueltos en su infancia, y en su caso, relacionados con su educación religiosa.

Un discurso artístico donde  convive lo profano y lo sagrado, en un intento de humanizar la religión a través de nuevos iconos.

Como esta “cruz de leche”, una imagen donde vuelve a meter el dedo en la llaga. Aunque en este caso, la cruz  está formada por leche bordeada de sangre. Connotaciones de vida y muerte. Dos fluidos corporales que aunque propios, los observamos como ajenos, pues la pulcritud impera en nuestra nueva condición de estar en el mundo. Al igual que hoy, somos partícipes de la pérdida de toda fe, pues todos aquellos artilugios sagrados que colgaban de las iglesias, hoy ya no nos atemorizan, están debilitados, a espera de que alguien los revitalice, y es por ello, por lo que admiro la obra de Andrés Serrano. Vivo con la esperanza de poder entrar algún día a un templo sagrado y  admirar uno de estos nuevos iconos contemporáneos, quizás entonces, sí acabaría reclinándome e incluso bajaría la mirada.

 Raquel Zenker

Rue Mouffetard, Paris. Provisiones del domingo a la mañana. Cartier Bresson

Rue Mouffetard, Paris. Provisiones del domingo a la mañana. Cartier Bresson

Hoy publicamos la célebre fotografía de Cartier Bresson «Rue Mouffetard» Ana María Martín González, perteneciente al taller de fotografía de la Universidad Popular de Las Palmas nos ha mandado esta imagen para compartir en este espacio, la verdad, es que siempre pensé que este niño llevaba botellas de vino, pero se ve, que en realidad, eran las provisiones para el domingo en la mañana, es decir ¡¡¡¡¡leche!!!!!!!

Esta famosa imagen de 1954, del niño que camina sonriente, orgullosamente erguido con su dos botella de leche, ha recorrido el mundo y pertenece al padre-para muchos- del fotoperiodismo. Se trata del célebre fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson.

Henri Cartier-Bresson (1908-2004) es una de las más originales e influyentes  figuras de la historia de la fotografía. Su trabajo ayudó a definir el potencial creativo de la fotografía moderna, y su gran habilidad para captar la vida en la calle convirtió su obra en sinónimo de «el momento decisivo» (título de su primer gran libro). Tras la Segunda Guerra Mundial (la mayoría de la cual la pasó siendo prisionero de guerra) se uniría a Robert Capa, David Seymour «Chim», George Rodger, Bill Vandivert, Maria Eisner y Rita Vandivert en la fundación de la agencia fotográfica Magnum, que permitió a los reporteros gráficos llegar a un público amplio a través de revistas como Life y mantener el control de su trabajo. Su obra es sobretodo el testimonio de una época y una mirada sobre los grandes acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX a lo largo de todo el mundo: la India e Indonesia en el momento de su independencia, China durante la revolución, la Unión Soviética tras la muerte de Stalin, los Estados Unidos durante el boom de la posguerra, y la antigua Europa enfrentada a las realidades del mundo moderno.

Cuentan que cuando el niño de la foto cumplía 50 años de edad estaba en su casa festejando con sus familiares, cuando golpean la puerta. Va a abrir la puerta para recibir a uno de sus invitados y… ¡oh sorpresa…! se encuentra parado frente suyo a Cartier-Bresson con dos botellas de vino – una en cada mano –    que le llevaba de  regalo  en  agradecimiento  a  esa hermosa foto  que  aquel niño le «regalara» y que le diera tantas satisfacciones.

No sabemos si esto es cierto, pero si se cita en otro lugar que el chico se llamaba M. Michel Gabriel y que a los cincuenta años Henry Cartier-Bresson, le obsequió con dos botellas de vino en recuerdo a aquella maravillosa imagen que le brindó siendo él un niño.

 Ana María Martín González

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2 comentarios en “El arte es la leche

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