“Nunca creí que el último naufragio fuese un lugar tan cierto y tan a tientas”
Francisco Brines
Nos hemos percatado, ya sin vuelta atrás, de formar parte de una sociedad agotada, con un modelo social rancio, caduco, que no nos representa; basado solo en la vacuidad de su propio crecimiento. Donde el orden social, hoy más que nunca, es sutilmente alterado con unas consecuencias devastadoras. Y es por ello, por lo que en esta segunda edición de PHBK, nos permitimos vanagloriar los procesos reconstituyentes, donde las disecciones se convierten en el único elixir posible.
Convertidos en posibles Vesalius postmodernos, hacemos visible lo invisible, transcribiendo el rostro a través de la carne; desmembrando, fragmentando; siendo irónicamente partícipes de un espectáculo macabro, donde la incertidumbre y vulnerabilidad del momento actual, nos incita a trasgredir los límites de una identidad inestable, frágil, etérea, pues son estas dos cualidades de la condición humana, las que moldean desgraciadamente el temor oficial actual.
Somos cuerpos superfluos, humanos residuales como ya constató Zygmunt Bauman, seres totalmente reemplazables, abandonados a nuestra suerte cuando ya no somos necesarios. Y es ahí, en ese estado de vacuidad del ser, totalmente desamparados, cuando nuestra única sed, es ser nuevamente reconstruidos y devueltos al sistema, útiles en vez de desechables, con posibilidad de reencontrar de nuevo el equilibrio. Restauración que sólo conseguimos a través de procesos tecnológicos, que es donde exclusivamente encontramos la posibilidad de rehacernos en nuevas identidades; ficticias, simuladas; pues solo en la virtualidad, logramos si acaso, volver a sostenernos.
Conscientes de estar presenciando un acelerado desmembramiento del orden social, donde los procesos antisociales, solo hacen aumentar las desigualdades; deambulamos con las miradas perdidas, en un continuo estado de desolación, donde la única poética que hoy nos representa, es la poética del abatimiento.
Aún así, se nos permite un posible proceso nostálgico de reconstrucción, en el que nos consentimos volver a ese estado anterior a toda aparición de individualidad, y de diferenciación sexual; un estado en el que posiblemente no existía la conciencia de la diferencia. Un revisionismo a todo proceso evolutivo, conscientes como especie de que somos incapaces de hacer frente a nuestra propia diversidad, a nuestra propia complejidad, rechazando en todo momento la alteridad, lo “otro”. Y así, conscientes de la constante abolición de todo lo que es demasiado humano, demasiado carnal, sin apenas fluidos que nos diluyan en otra identidad, convertidos en una sociedad aséptica, esterilizada y desinfectada; intentamos mirar hacia otro lado, ante la tenue limpieza tanto racial como étnica, a la vez que sexual de las poblaciones, pues todo lo que sea distinto, es sutilmente desterrado.
Asistimos brutalmente aleccionados, al espectáculo postmoderno de la incertidumbre, donde se confabula, sin apenas hacerse perceptible, la potencialidad del pensamiento único, convirtiéndonos en copias de nosotros mismos. Y como ya auguró Jean Baudrillard, nos limitamos en este comienzo de siglo, a deambular en ausencia de destino, carentes de ilusión, y consecuentemente, aletargados ante un exceso de realidad, seguridad y eficacia.
Ante este panorama tan dantesco, la única solución es desear el advenimiento de un nuevo profeta, que nos lleve más allá del vértigo de una posible solución final, extendiendo nuestra realidad hacia los confines virtuales, pues sólo allí podremos al final reconocernos, haciendo una posible revisión entre nuestros fósiles pasados y nuestros clones futuros.
Un profeta que reviva los espectáculos anatómicos, convirtiéndonos en una comedia póstuma donde las máscaras se crean a partir de diseccionar rostros, reconstruyendo semblantes que nos horrorizan, intencionadamente desdibujados, inacabados, imperfectos, compuestos mediante la combinación de diversas razas, sexos y religiones. Rostros fragmentados, asexuados, que nos observan desde un estado que Tarek Ode, construye virtualmente, devolviéndonos a un periodo de imperfección, donde la piel del rostro se cicatriza solo al combinarse un sexo con el otro, o con el mismo; una raza en la otra, trasgrediendo en todo momento el modelo estandarizado para ser socialmente aceptado, pues sólo a través del “otro” de lo “otro” él se reconoce. Nuevos “ciudadanos” que conformarán un nuevo orden social, conscientes de la pérdida del sentido sagrado, del desmoronamiento del vínculo social, de la dificultad de ser en otros.
Tarek Ode, nuestro nuevo profeta, nos prepara visualmente para el advenimiento de esta nueva raza, donde la alteridad sexual y racial se funde en un estado primigenio. Pues la necesidad de búsqueda de nuestra antigua naturaleza, le ha llevado a crear un “todo” en cada rostro, en cada ciudadano.
Rostros que cartografían un naufragio, su naufragio, o quizás el nuestro como sociedad, pues sus miradas lacerantes no nos tranquilizan, siniestramente perturbadoras, nos advierten.
Una radicalidad discursiva, donde la potencialidad visual queda impunemente sacralizada ante la mirada de estos iconos, que sin saber porqué, nos limitamos a venerar, pues Ode, utiliza el rostro, como campo de batalla, lugar donde trabaja sus miedos y sus deseos, donde expía todas sus culpas, de manera dolorosa y lacerante, consciente de ser el único medio posible de autoconocimiento. Pues es en sus miradas donde este artista herido, nos advierte de la finitud de nuestra existencia, de la pulsión de la muerte, de la presencia constante de toda desaparición y disolución del ser. Y es eso lo que nos inquieta, la vertiginosa y abismal certeza, de la obsolescencia de la condición humana.
“¿Qué hay más allá del fin? Más allá del fin se extiende la realidad virtual, el horizonte de una realidad programada, en la cual todas las demás funciones (memoria, emociones, sexualidad, inteligencia) se vuelven progresivamente inútiles. Más allá del fin, en la era de la transpolítica, lo transexual, la transestética, todas nuestras máquinas deseantes se convierten en pequeñas máquinas de espectáculo y, luego, en máquinas solitarias, antes de arrastrarse hacia la cuenta atrás de la especie”.Jean Baudrillard
Raquel Zenker
Página Web de Tarek Ode