El cruce de las líneas de la vida

                                  » La filosofía, en realidad, no es más que añoranza;

es la necesidad de sentirnos en todas partes en casa»

Novalis

En palabras de Mircea Eliade, el hogar era  el centro del mundo, era el lugar fundacional  ya que se encontraba dentro del corazón de lo real. Fuera del mismo, sólo existía el caos, un desorden amenazador que nos hacía perdernos en el no-ser, en la irrealidad, pues sin un hogar, todo se convertía en pura fragmentación.

El hogar dentro de su sentido ontológico, era entendido como el centro del mundo, porque era el lugar en el que originariamente, se cruzaba una  línea vertical con una horizontal. La línea vertical, era un camino que hacia arriba llevaba al cielo, al mundo de los dioses y hacia abajo, al mundo subterráneo, al reino de los muertos.

Por otro lado, la línea horizontal representaba ese transitar por el mundo, continuos desplazamientos que hacen, que actualmente, no pertenezcamos a ningún sitio. Este desarraigo contemporáneo, esta pérdida, frágil, llena de nostalgia y melancolía que es el “estar hoy en el mundo”, hace que el cruce de las dos líneas, esa intersección ancestral,  que nos daba seguridad tanto en lo terrenal como en lo espiritual, sea en el presente inexistente, y que sólo podamos mantener vivo, esa sensación de “hogar” improvisado,  en la memoria.

Memoria que Monique Hoffman guarda en un viejo baúl traído desde Indonesia, con vestidos tanto de su abuela, como de su madre. Una memoria familiar, matriarcal si cabe, que viaja constantemente con ella, y que representa su “estar en el mundo”, su seguridad, pues es a través de la poética de sus imágenes, como nos hace evocar tanto la nostalgia de las ausencias (el abajo), como el goce de la plenitud del aire (el arriba).

© Monique Hoffman

© Monique Hoffman

Pero es realmente en su transitar por la horizontalidad del paisaje, y por ello nos conmueve, y nos emociona, donde ella cuelga  sutilmente sus vestidos, su protección más próxima. Simbolizando así, ese cruce ancestral que es el “estar en el mundo”.

Tras abandonar el hogar materno, ya nunca se vuelve a encontrar otro lugar donde se crucen las dos líneas de la vida. En este lugar de la pérdida, en palabras de John Berger, sólo existen dos nuevas formas de esperanza, que ofrecen la ilusión de un nuevo cobijo, la primera es la del apasionado amor romántico, aquel capaz de unir a dos personas, pues sólo en el amor romántico se recuerdan los principios y los orígenes del ser. La segunda esperanza es de orden histórico, ya que es imposible volver a aquel lugar que nos vio crecer, regresar al hogar materno, pues aunque se vuelva físicamente,  ya hemos cambiado.

Es así mismo imposible volver a aquel momento histórico en el que cada pueblo era el centro del mundo, puesto que fuera de sus límites solo  existe el caos, donde la única esperanza que nos queda, en  palabras de J. Berger,  es hacer de toda la tierra el centro y sólo a través de la solidaridad, entendida ésta de manera generalizada, llegar a  trascender el desarraigo moderno.

Raquel Zenker

© Monique Hoffman

© Monique Hoffman

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