Francisco R. Pastoriza
El retrato fue una de las primeras manifestaciones de la fotografía. En el siglo XIX, la burguesía encontró en el retrato fotográfico la alternativa al aristocrático retrato pictórico, del que heredó la composición, las poses y la retórica. La clase social en alza había encontrado en el nuevo invento el mejor medio de autorrepresentación, en conformidad con sus condiciones económicas e ideológicas. El hecho de que las fotografías estuvieran hechas por una máquina las convertía en algo distinto al resto de las formas de representación existentes hasta entonces y las dotaba de un cierto respeto para la clase burguesa, a la que le vino bien un arte que contribuía a su ritualidad social y a la vanidad autocomplaciente. Los primeros retratos fotográficos eran deudores de la tradición artística consolidada por los grandes maestros de la pintura. Incluso para hacerse un retrato, durante los primeros años, los modelos tenían que posar inmóviles durante bastante tiempo. Cuando se redujo a unos pocos minutos el tiempo de exposición, proliferaron los estudios fotográficos a los que la gente acudía a hacerse retratos, así como los fotógrafos ambulantes, ante cuyas cámaras se dejaban retratar todo tipo de personas por un precio asequible.
El realismo impecable de la fotografía fascinaba a observadores y clientes. Retratistas como Gaspar Félix de Tournachon, Nadar, aficionado al arte y conocedor de las corrientes pictóricas europeas, o David Octavius Hill y Gustave Le Gray, artistas ellos mismos, realizaron grandes retratos fotográficos de personajes de la época, tratando ya de introducir una cierta mirada psicológica, objetivo perseguido por los retratistas desde los primeros años. Disdéri industrializó el género con su invento de tarjetas de visita fotográficas, abaratando el producto y proporcionando hasta ocho copias de una misma imagen fotográfica. Y a finales de la década de los ochenta del siglo XIX, un retratista comercial francés conocido como Dornac inició con la serie “Nuestros contemporáneos en su hogar” un movimiento que, emulando a los grandes clásicos de la pintura, convirtió el retrato de los personajes célebres en un arte muy extendido.
El retrato fotográfico constituyó también la gran oportunidad para conservar el imaginario colectivo de toda una sociedad: uno de los géneros más frecuentes fue el retrato laboral en el que el modelo representaba también su oficio con sus herramientas de trabajo. A veces el exceso de realismo incluso resultaba desagradable a ciertas personas, de manera que se impusieron las técnicas del retoque y el coloreado a mano. El valor cultural de la imagen encontró uno de sus mejores argumentos en la fidelidad al recuerdo de los seres queridos: el retrato como refugio del recuerdo. Así, una de las actitudes que se puso de moda entonces fue la de fotografiar a los difuntos en su lecho de muerte e incluso en el ataúd (Mahler compuso las “Canciones a los niños muertos” inspirado en esta realidad), para mantener su imagen para la posteridad. También, cuando el fallecido no había tenido la oportunidad de haberse retratado junto a su familia o sus amigos, era frecuente que se hicieran retratar mostrando un retrato del ausente (“Mujer sentada con daguerrotipo”). Esta voluntad de mantener a los seres queridos en el recuerdo a través de una imagen de realidad promovió de manera importante el desarrollo de la fotografía en sus primeros años (las películas “Los otros” de Alejandro Amenábar y la reciente “Blancanieves” de Pablo Berger recogen esta costumbre).
Por todo ello, al principio fue el retrato el género que tuvo más aplicación, constituido como referente de la nueva clase social en alza. Para ilustrar esta mentalidad, Marshall MacLuhan cuenta una anécdota, recogida por Umberto Eco y Romá Gubern, de la señora que pasea a su bebé en el cochecito y se encuentra con una amiga que alaba la belleza del niño. La madre responde entonces que tendría que verlo en una fotografía que le han hecho: ahí sí que se le veía guapo.
Actualmente el retrato es uno de los géneros más presentes en todas las modalidades fotográficas, desde el fotoperiodismo a la fotografía social, artística o publicitaria. Nombres como Richard Avedon, Annie Leobovitz, Arnold Newman o Cecil Beaton han elevado la calidad del retrato fotográfico a tales niveles de perfección que sus obras pueden ser calificadas como artísticas, además de, en su caso, informativas o testimoniales. Uno de los más grandes retratistas contemporáneos es Pierre Gonnord, del que acaba de editarse un libro (Pierre Gonnord. La Fábrica) que recoge algunas de sus mejores fotografías.
LOS RETRATOS DE PIERRE GONNORD
Nacido en Francia (Cholet, 1963), Pierre Gonnord adoptó Madrid como su ciudad de residencia y de trabajo hace casi veinticinco años. Desde sus comienzos como fotógrafo autodidacta centró su atención en el rostro humano, que retrató incansablemente a lo largo de todo el mundo y cuyos resultados colgó en importantes museos y galerías de Europa y Estados Unidos. Sus retratos captan el físico de los personajes que posan ante el objetivo de sus cámaras con un realismo que a veces resulta estremecedor, pero también intentan llegar hasta su psicología a través de la mirada de sus modelos, una mirada que en sus fotografías alcanza un protagonismo insólito. Su carrera ha mantenido una evolución constante desde sus primeras series “Interiores (1999), “City” (2001), “Regards” (2000-2003), “Far East” (2003) hasta “Utópicos” (2004-2005) o “Testigos”, en las que recoge personajes marginados por la sociedad, los conflictos o las diferencias étnicas, víctimas de injusticias, de guerras, del hambre y de la violencia, injusticias cuya denuncia tan sólo se expresa a través de los rostros de los protagonistas. Y de sus miradas. Este estatus resulta reforzado por el tratamiento estético que Gonnord aplica a sus obras: fondos negros de los que emergen rostros curtidos por el tiempo y por la vida que obligan a concentrar los sentidos del espectador en los sentimientos humanos que transmiten.
Títulos que recogen únicamente el nombre de pila de los retratados. Figuras que a veces parecen extraídas de un cuadro de la Edad Media o del Renacimiento. Rasgos que el espectador puede leer e interpretar intercambiando su mirada con la del protagonista del retrato. Los rostros de Gonnord cuentan las vidas de sus modelos. Uno se imagina fácilmente la historia que hay detrás de cada una de esas miradas, de esa piel curtida por los años, por el viento y por el sol. La cámara de Gonnord le pone identidad a todos esos seres anónimos que a través de su cámara transmiten un drama idéntico desde todos los continentes.
Francisco R. Pastoriza
Francisco R. Pastoriza, es Doctor en Ciencias de la Información y profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado como redactor de informativos y programas en diversas cadenas de radio y varios periódicos. Desde 1984 es periodista de Televisión Española y desde 1997 es adjunto de la jefatura del Área de Cultura de los servicios informativos de la cadena pública.
Libro de autor
Pierre Gonnord
- 21 X 30 cm
- 103 páginas
- Idioma: Español-Inglés
- Más de 100 retratos realizados entre 1999 y 2012
- 45,00 €
- ISBN : 978-84-15303-97-8
- La Fabrica
Muchas gracias, me ha encantado y he aprendido algo