No es de extrañar que Rubén Acosta comenzara su conferencia con la definición tan acertada de un término como es la optometría, ciencia encargada del cuidado primario de la salud visual, a través de acciones de prevención, diagnóstico, tratamiento y corrección. Así nos enumera todo un decálogo de recomendaciones para una buena salud visual, donde ejemplifica cada una de ellas con diversas imágenes.
Tampoco es de extrañar que sin pensarlo asaltara a mi memoria el desprecio de Marcel Duchamp por el arte retiniano, aquel tipo de arte, que según él, sólo interpretábamos con la retina, hoy tan cansina y necesitada de tratamiento, y no con la clarividencia de la mente. Ese tercer ojo que se convierte en nuestra conciencia y con el que tan irónicamente Rubén se retrata, pues es anhelo de todos los que nos dedicamos a la imagen, el poder tener una cámara en la frente y plasmar todo lo que acontece.
Un acontecer, que como este hacedor de imágenes nos adelanta, no es más que una farsa, pues cualquier fotógrafo sabe, que la fotografía engaña y que su visión de la realidad es puro artificio. El registro de un espacio-tiempo determinado, es la negación de otro respecto a un continuo, una selección que rechaza otras posibilidades, y por lo tanto, desde el momento que apuntamos con nuestras cámaras, ya estamos manipulando la realidad, la fotografía no es una verdad absoluta sino es la verdad del fotógrafo que la hace. Una manipulación que Rubén puntualiza y ejemplifica, diferenciando entre una manera de manipular más sibilina y hierática, que se realiza antes de disparar dicho dispositivo, y otra a posteriori, que destierra a su vez, su condición de veracidad, esa manipulación que hoy se reinventa con los programas de retoque fotográfico pero que ya históricamente acompañan la imagen fotográfica desde su comienzos. Un claro ejemplo de ello son las manipulaciones realizados con fines políticos por Alexander Ródchenko, fotógrafo ruso que resucitaría al descubrir la mentira del coronel Ivan Istochnikov, cosmonauta soviético inventado por Joan Fontcuberta, uno de nuestros mayores defensores de la mentira fotográfica.
Por lo tanto, es obvio que debemos preguntarnos sobre la veracidad de la imagen y es por ello, por lo que Acosta nos desvela una serie de pautas para detectar esas manipulaciones, como por ejemplo, observar las escenificaciones.
En este enaltecimiento visual postfotográfico, la sobresaturación de imágenes nos desborda, y es por ello por lo que muchos artistas visuales de la postmodernidad, ya no ven la necesidad de seguir creando imágenes, sino que se apropian de las ya existentes, como bien ilustra Rubén Acosta con la obra Suns de Penélope Umbrico, artista visual que construye un mural con infinidad de imágenes cogidas desde Flickr, de puestas de sol y amaneceres.
Otro de los aspectos que Rubén Acosta desgrana en su discurso es la idea del territorio, al igual que Michael Houellebecq en su novela “El mapa y el territorio” Rubén reflexiona sobre la distancia que existe entre estos dos conceptos, siendo supuestamente el territorio primero que su representación cartográfica. Aún así, nos alecciona en tanto en cuanto, al crear el mapa, este ya es una realidad en sí mismo, por lo que ambos se convierten en realidades paralelas.
Realidades paralelas como las que descubre Acosta al investigar sobre ciudades como Dubai, construida dentro de parámetros tanto reales como virtuales. De-rendering, su último proyecto desgrana en imágenes su preocupación sobre el paisaje urbano, la arquitectura y la imposibilidad de sostenibilidad de esta ciudad. Una visión crítica donde contemplamos “una realidad consumiéndose en su puro simulacro”, como ya nos alertó Jean Baudrillard. Ciudad de éxitos y fracasos, sueños abortados pues una árida melancolía inunda todas sus imágenes. Una despedida a su discurso, que nos deslumbra volviendo a sentir ese estado de ceguera transitoria. Al igual que un profeta del aire, Ruben Acosta nos alerta sobre la fragilidad del territorio con unas imágenes apocalípticas que nos embriagan, pues vemos como la desolación del vacío, se va apropiando cada vez más de la imagen, borrando todo atisbo de realidad.
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